La
noche anterior a la travesía Juan preparaba su mochila sin darse cuenta que realizaba
un primer ejercicio de desprendimiento: Es imposible cargar sobre la espalda
todos los objetos que inundan nuestra vida cotidiana. Si no somos capaces de
trazar la línea divisoria entre lo que nos gustaría llevar y lo necesario, será
imposible llegar a la meta.
Abandonar
lo innecesario, desvestirse de aquello que mediatiza tecnológicamente nuestra
relación con el mundo determinando significaciones es un ejercicio de
“desposesión alegre” en tanto lo hacemos a la espera de aquello que podremos
descubrir en el camino que transitaremos con amigos. Partimos de un mundo
cosificado hacia el mundo “a secas”.
Partimos alienados
en las apariencias de la tecnología creyendo que nuestro conocimiento del mundo
es enorme, para darnos cuenta mientras caminamos, que lo hemos empequeñecido
tanto que cabe en la palma de la mano, en una pantalla que nos arrebata la
experiencia y la posibilidad de saber. La travesía realizada de la buena manera
nos invita a hacer experiencia y a encontrarnos con un saber verdadero.
Saber
significa tener una visión de algo presente, término más que importante en un
tiempo donde la fascinación por lo que otros vieron captura al observador en el
smartphone a quien “engulle” con sus
ojos una imagen tras otra, convirtiéndose en un consumidor – consumido,
espectador de lo que otros muestran mientras suspende su propia vida creyendo
que está viviendo
Cada vez que
tomamos el celular realizamos una doble renuncia: a la posibilidad de “ver” lo
que sucede en el aquí - ahora - con otros; y al saber en tanto miramos desde la
perspectiva del voyeur lo que otro nos ofrece, su representación, que nunca
será la nuestra.
La travesía – si
se la transita de la buena manera - emerge como posibilidad de encuentro y
humanización en un mundo donde las relaciones entre las personas y la
naturaleza se han vuelto cuantificables, cosificadas.
Para aquellos que
vivimos en la ciudad el mundo deviene en imágenes – cosa… incluso lo sagrado. Proyectamos
palabras sobre ellas que pretenden decir de sus características y propiedades, pero
ante la ausencia de la experiencia propia son solo discursos y representaciones
que pertenecen a otros, enredándonos en circuitos sin fin donde hablamos de lo
que creemos conocer, pero realmente desconocemos.
La
imagen sola no es presencia, parusía -como decían los griegos-.
Sólo en presencia de la cosa es posible
construir un saber verdadero, acceder al menos un poco, a su núcleo de ser.
Heidegger decía “habrá que dejar de lado toda concepción y enunciado que
pueda interponerse entre la cosa y nosotros. Sólo entonces podremos
abandonarnos en manos de la presencia imperturbada de la cosa (…) Se puede
decir que en todo lo que aportan los sentidos de la vista, el oído y el tacto,
así como en las sensaciones provocadas por el color, el sonido, la aspereza y
la dureza, las cosas se nos meten literalmente en el cuerpo. La cosa es lo que
se puede percibir con los sentidos de la sensibilidad por medio de las
sensaciones… Hay que dejar que la propia cosa repose en sí misma. Hay que
tomarla tal como se presenta, con su propia consistencia”
Addenda
Recuerdo que comencé
a saber cuando una mañana, en una caminata por búsqueda de agua antes de subir
el cerro, encontramos que el “mayordomo” (o administrador) de la estancia vivía
cercado en una mansión cuidada por perros con un claro cartel de “Prohibido
pasar”. En ese mismo lugar el Dictador Jorge Rafael Videla – cuando iba de
visita - solía trotar por las mañanas.
Dada la situación nos
vimos obligados a dirigirnos a ese lugar fantasmal, derruido, que era uno de
los “puestos” del campo donde encontramos perros que solo ladraban mientras el
peón, que se preparaba para su trabajo, nos invitaba a pasar al rancho para cargar las
cantimploras. El lugar estaba inundado de olores de carneada de capón (las
vacas del campo siempre son para otros) mientras la esposa cocinaba unas tortas
fritas y los hijos esperaban que la luz del sol ilumine la pequeña ventana porque
con el farol se dificultaba hacer los “deberes” de la escuela.
Desde ese sitio
fantasmal que antes de la caminata era una fría estadística de “población “rural”,
un peón nos tendió su mano curtida por el frío y el trabajo a destajo, la
esposa nos convidó unas tortas fritas hechas con grasa de mil usos que no podía
rechazar para evitar ofensas. En ese ratito me di cuenta que rengueaba, le
pregunté por qué, y nos contó que amansando caballos para “los patrones” se
cayó y no pudo trabajar como antes… que a veces el hijo de doce lo ayudaba pero
que en el último invierno con las fuertes heladas le empezó a salir pus por la
oreja por lo que había quedado delicado y el doctor del pueblo le dijo que no
podía tomar mucho frío. Del conocimiento estadístico de las encuestas en sólo
unos minutos fuimos transportados a la posibilidad de un saber verdadero, en
este caso siniestro. Competían en mí (y en mi compañero de travesía) los años
de pre-juicios escolares en boca de “los otros”, con la humanidad real del peón
y su situación de vida permitiéndonos una decisión ética entre acceder a un
conocimiento estadístico cosificante o un saber verdadero humanizante sólo
posible en “presencia”.
Armamos la carpa a
metros de la casa del puestero… nos dejó porque el fin de semana el
administrador había viajado a Buenos Aires y no iba a haber problema. Luego de
la escalada y compartir unos mates a la vuelta con el “puestero” hicimos noche
en el lugar, para regresar a la ciudad con los primeros rayos de sol. No pasaron
muchos años para que regresara a esos lugares, pero de otra manera… como
maestro rural. El puestero y su familia ya no estaban, otro puestero y otra
familia lo había reemplazado, y sus hijos iban a la escuela donde trabajaba
en la que, con los compañeros de trabajo realizamos una tarea a partir de los hijos
de peones de campo para recuperar las huertas familiares y trabajar en forma
cooperativa. No nos alcanzó con el saber siniestro, ambos necesitamos ayudar a
transformar la realidad.
Todo esto podría
haberse evitado si en vez de una travesía emprendíamos una salida “turística”,
parando en los lugares designados dentro de los “caminos principales”… no solo
las empresas de turismo preparan estas excursiones. En la actualidad también
ocurre con los Scouts colaborando a que de una pantalla de mano se pase a las
ventanas – pantalla del micro (bus) que los lleva hasta la base del cerro con
un guía que ayuda a llegar a la cima prescindiendo de cualquier contacto que
pueda poner en cuestión el cómo ver la realidad construida desde discursos y
representaciones que no se originan en la propia experiencia… hasta el paisaje
visible depende de la ideología de otro… por eso la travesía se realiza por los
“caminos secundarios” que son principales para acercarse a un saber sobre la
realidad.
Preparar la
mochila para realizar una travesía implica despojarse de aquellas cosas inútiles
con la que anestesiamos la realidad, pero también llenarla de la esperanza
necesaria para el encuentro, que bien entendida no se trata de una simple
espera, sino impulso del deseo por llegar a la meta para que del encuentro con
el otro, surjan nuevas.