lunes, marzo 08, 2021

El desafío para nuestros jóvenes en nuestra época, es dejar de escucharse a sí mismos.

 

Foto de Bruno Visconti

            Me gusta la primavera y el verano. Desde mi casa, todos los días a la mañana temprano y en este momento que el atardecer va apagando el sol, escucho el canto de calandrias, ratoneras, leñateros, churrinches, hermosos benteveos, algún cardenal, sorprendiéndome muchas veces por el sonido de un aguilucho y el paso de los loros que se dirigen a las barrancas.

            Los mismos atardeceres de mi infancia, los mismos sonidos se repiten en cada ciclo anual, y han estado presentes desde antes de mi nacimiento y espero puedan estarlo en los nacimientos de los hijos de mis hijos, si es que deciden quedarse en la ciudad y la alta urbanización no termina de eliminar las casas de mi barrio que todavía tienen grandes patios y árboles añosos.

            No podría explicar las sensaciones y sentimientos que me producen cada mañana y cada tarde (cuando puedo estar en mi casa) el encuentro novedoso con los mismos sonidos que escucharon quienes ya no están conmigo. Sin mucho esfuerzo podría volver a saborear las tortas fritas de mi madre o el otro sonido, el de las zambas silbadas por mi padre mientras en el tallercito del patio, trataba de reparar o inventar alguna que otra cosa, muchas veces con suerte y otras no tanto, porque de lo que se trata cuando se hace, es de darse la posibilidad de pensar y pensarse, lo contrario a lo que nos dicen desde la sociedad neoliberal. “Hacer es pensar” decía Richard Sennet, “Mejor que decir, es hacer” decía Juan Domingo Perón… ambos conocedores de esa verdad que se construye mientras las manos trabajan y el palabrerío descansa.

            Cada vez que voy a un lugar, al amanecer y atardecer trato de escuchar los pájaros. En los campamentos de la zona me siento como en casa al despertar con su canto y cuando llega el crepúsculo al comenzar a cocinar  mientras ellos vuelven a sus nidos. Confieso que cuando acampo espero ansioso escuchar a la noche el canto de sapos y ranas, ese sonido que para el que visitan los lugares como extranjeros puede ser ensordecedor, a diferencia de quienes buscamos habitarlos... para nosotros es un canto de cuna que nos zambulle en el reino de los sueños.

            Amaneceres, atardeceres y el canto de los pájaros me dicen que estoy en casa, brindan esa estabilidad que es imposible en una sociedad que no puede detenerse, embarcada en una conectividad sin límite y sin localía. En el smarphone niños, jóvenes y adultos dan rienda suelta a sus pasiones y emociones, pero no sienten. Para poder sentir hay que demorarse, algo que en las redes es imposible, de allí los enormes problemas de incomunicación cuando lo que viene desde la red no coincide con el “yo”, porque  funciona como un espejo del Ego donde los “me gusta” y los comentarios positivos de imágenes y posteos engordan ese “yo” para el cual los otros son simplemente quienes operan afirmando el narcisismo o los rivales a los que hay que enfrentar.

            Desde hace dos décadas y media el movimiento scout en su faceta neoliberal denominada escultismo comercial dejo de escuchar los pájaros para realizar “actividades” en forma seriada y no repetitiva, evaporó los pequeños y grandes ritos que a decir de Byung Chul Han, transmiten y representan valores y órdenes que mantienen cohesionadas a una comunidad. De la misma manera que los pájaros y atardeceres permiten que me re-conozca brindando un tiempo donde pasado, presente y futuro me localizan en mi historia personal y familiar, los ritos que en el movimiento se repiten una y otra vez (siendo siempre novedosos en su mismidad) permitiendo que los niños y jóvenes se localicen en una comunidad y un movimiento donde el pasado, el presente y el futuro de una comunidad se resignifican unos a otros para transformar el estar en el mundo en un estar en nuestro hogar, nuestra casa, en una comunidad histórica marcada por un sentido. 

          Se ha dejado de atender a los ritos porque no es posible detenerse demasiado en una sociedad donde el consumirse a si mismo a través de muchas actividades y enredos de palabras y parloteos conectivos, ya no hay tiempo para demorarse en aquello que nos brinda identidad, como tampoco hay tiempo para hacer porque es necesario conversar hasta el agotamiento o hasta que quien “mejor habla” se imponga como amo de las palabras.

            La pérdida de los ritos no son cuestiones menores, de hecho en Argentina desde hace unos años la Dra en Psicología  Mercedes Minniceli – entre otras cosas Directora de la especialidad en infancias de la UNMDP – ha promovido el trabajo en las instituciones con lo que denomina “Ceremonias Mínimas” siendo apuesta educativa en las infancias, las que son entendidas como “dispositivos socio-educativos y/o clínicos metodológicos, clave y llave para múltiples intervenciones posibles. Nos servimos de ellas más que como un concepto  que admite una única definición, como una metáfora, es decir, un dispositivo para pensar y habilitar alternativas de intervención no convencionales (…) permiten intervenir ante lo indiferenciado y sin límite”. En la actualidad se encuentra implementando junto a la UNMDP y el Poder Judicial el “Punto de Encuentro Familiar” bajo una lógica similar con la realización de distintas actividades.

            Los nuevos “educadores” desconocen que ritos y ceremonias son imprescindibles para una buena constitución del sujeto y su relación con la comunidad, posiblemente porque muchos de ellos se encuentran en el mismo estado de desamarre que los niños y jóvenes siendo la actividad scout un lugar paradójico en tanto como sujetos neoliberales identificados consigo mismos, buscan refugio de la cotidianeidad aplastante en algún lazo social con otros sin entender que para construir el territorio de lo común hace falta poner el Ego entre paréntesis y el cuerpo a jugar.

            Byung Chul Lan afirma que en la sociedad neoliberal “también los valores sirven hoy como objeto de consumo individual. Valores como la justicia, la humanidad o la sostenibilidad son desguazados (desarticulados) económicamente para aprovecharlos (…) el neoliberalismo explota los valores de muchas maneras. Los valores morales se consumen como signos de distinción” de allí slogans como “no hay escultismo sin feminismo” solo posibles donde no existe una comunidad de sentido que vaya mas allá del “yo”, de allí que dichos valores “son apuntados a la cuenta del Ego, lo cual hace que aumente la autovaloración. Incrementan la autoestima narcisista. A través de los valores uno no entra en relación con la comunidad, sino que solo se refiere a su propio Ego” generando entre otras cosas que quien utiliza dicho signo se siente moralmente superior al resto. Este punto es por demás importante, ya que en las comunidades la empatía no es necesaria en tanto se está en resonancia con los otros. Las comunidades alojan, no discriminan, de allí que quienes piden la inclusión de (x) lo hacen desde dentro de la institución ¡por lo tanto están incluidos!, de allí que injertar eslogans sin asiento en las dificultades de la vida comunitaria sólo introduce antagonismos donde alguien se afirma en su ego para ubicar a los otros como rivales (Hegel básico) una maniobra que el neoliberalismo promueve en todas las instituciones y organizaciones como forma de “quebrar” las comunidades de sentido que puedan obstaculizar el objetivo del individuo libre, sin el Otro y solo, hecho para producir y consumir.

            Para finalizar este texto, que se ha hecho largo, comparto unos recortes de Byung Chul Lan de su libro “La desaparición de los rituales. Una topología del presente” el que recomiendo leer prestando especial atención al primer capítulo.

1)      Los rituales se definen como técnicas simbólicas y temporales de instalación en un hogar, transforman el estar el mundo en estar en casa, hacen del mundo un lugar habitable en el tiempo.  Hacen habitable, ordenan y acondicionan el tiempo.

2)      Con la falta de rituales y de simbólico la sociedad se vuelve más narcisista, la forma objetiva del ritual rechaza el narcicismo en tanto quien se entrega a ellos tiene que olvidarse de sí mismo. Los rituales generan una distancia con el si mismo. El ritual es una comunicación intensiva y establece relaciones, las redes y medios son extensivos estableciendo “conexiones”

3)      La sensacion de vacío impulsa la comunicación y el consumo

4)      Los rituales crean resonancias que se establecen socioculturalmente a lo largo de los cuales se pueden experimentar relaciones de resonancia verticales (con Dios) y horizontales (con los otros)

5)      La resonancia no es un eco del yo como el smartphone y los me gusta donde al final de cuentas el sujeto solo se escucha a sí mismo. Las redes apuntan a la emoción que es mas efímera que las cosas y que provoca adicción sin dar estabilidad a la vida, los ritos apuntan a los sentimientos

6)      Los rituales son procesos de incorporación y escenificación corpóreas. Los órdenes y valores se experimentan y se consolidan corpóreamente (mejor que decir es hacer, hacer es pensar)

7)      En educacion el ritual aparece en el aprendizaje artesanal o en la escuela en el “de memoria”, solo la repetición llega al corazón, el sol se pone todos los días pero cada puesta de sol es irrepetible como acto. Los rituales hacen que la atención se estabilice y sea más profunda

8)      La digitalización debilita el vínculo comunitario, potencias emociones, atenúa sentimientos comunitarios

9)      La sociedad ritual no necesita empatía, porque es comunitaria. La sociedad individualista exige empatía


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