lunes, julio 24, 2023

Aquello que la travesía enseña sobre el mundo

 


            La noche anterior a la travesía Juan preparaba su mochila sin darse cuenta que realizaba un primer ejercicio de desprendimiento: Es imposible cargar sobre la espalda todos los objetos que inundan nuestra vida cotidiana. Si no somos capaces de trazar la línea divisoria entre lo que nos gustaría llevar y lo necesario, será imposible llegar a la meta.

        Abandonar lo innecesario, desvestirse de aquello que mediatiza tecnológicamente nuestra relación con el mundo determinando significaciones es un ejercicio de “desposesión alegre” en tanto lo hacemos a la espera de aquello que podremos descubrir en el camino que transitaremos con amigos. Partimos de un mundo cosificado hacia el mundo “a secas”.

 Partimos alienados en las apariencias de la tecnología creyendo que nuestro conocimiento del mundo es enorme, para darnos cuenta mientras caminamos, que lo hemos empequeñecido tanto que cabe en la palma de la mano, en una pantalla que nos arrebata la experiencia y la posibilidad de saber. La travesía realizada de la buena manera nos invita a hacer experiencia y a encontrarnos con un saber verdadero.

            Saber significa tener una visión de algo presente, término más que importante en un tiempo donde la fascinación por lo que otros vieron captura al observador en el smartphone a quien “engulle”  con sus ojos una imagen tras otra, convirtiéndose en un consumidor – consumido, espectador de lo que otros muestran mientras suspende su propia vida creyendo que está viviendo

 Cada vez que tomamos el celular realizamos una doble renuncia: a la posibilidad de “ver” lo que sucede en el aquí - ahora - con otros; y al saber en tanto miramos desde la perspectiva del voyeur lo que otro nos ofrece, su representación, que nunca será la nuestra.

 La travesía – si se la transita de la buena manera - emerge como posibilidad de encuentro y humanización en un mundo donde las relaciones entre las personas y la naturaleza se han vuelto cuantificables, cosificadas.

 Para aquellos que vivimos en la ciudad el mundo deviene en imágenes – cosa… incluso lo sagrado. Proyectamos palabras sobre ellas que pretenden decir de sus características y propiedades, pero ante la ausencia de la experiencia propia son solo discursos y representaciones que pertenecen a otros, enredándonos en circuitos sin fin donde hablamos de lo que creemos conocer, pero realmente desconocemos.

            La imagen sola no es presencia, parusía -como decían los griegos-.

 Sólo en presencia de la cosa es posible construir un saber verdadero, acceder al menos un poco, a su núcleo de ser. Heidegger decía “habrá que dejar de lado toda concepción y enunciado que pueda interponerse entre la cosa y nosotros. Sólo entonces podremos abandonarnos en manos de la presencia imperturbada de la cosa (…) Se puede decir que en todo lo que aportan los sentidos de la vista, el oído y el tacto, así como en las sensaciones provocadas por el color, el sonido, la aspereza y la dureza, las cosas se nos meten literalmente en el cuerpo. La cosa es lo que se puede percibir con los sentidos de la sensibilidad por medio de las sensaciones… Hay que dejar que la propia cosa repose en sí misma. Hay que tomarla tal como se presenta, con su propia consistencia

Addenda

Recuerdo que comencé a saber cuando una mañana, en una caminata por búsqueda de agua antes de subir el cerro, encontramos que el “mayordomo” (o administrador) de la estancia vivía cercado en una mansión cuidada por perros con un claro cartel de “Prohibido pasar”. En ese mismo lugar el Dictador Jorge Rafael Videla – cuando iba de visita - solía trotar por las mañanas.

Dada la situación nos vimos obligados a dirigirnos a ese lugar fantasmal, derruido, que era uno de los “puestos” del campo donde encontramos perros que solo ladraban mientras el peón, que se preparaba para su trabajo, nos  invitaba a pasar al rancho para cargar las cantimploras. El lugar estaba inundado de olores de carneada de capón (las vacas del campo siempre son para otros) mientras la esposa cocinaba unas tortas fritas y los hijos esperaban que la luz del sol ilumine la pequeña ventana porque con el farol se dificultaba hacer los “deberes” de la escuela.



Desde ese sitio fantasmal que antes de la caminata era una fría estadística de “población “rural”, un peón nos tendió su mano curtida por el frío y el trabajo a destajo, la esposa nos convidó unas tortas fritas hechas con grasa de mil usos que no podía rechazar para evitar ofensas. En ese ratito me di cuenta que rengueaba, le pregunté por qué, y nos contó que amansando caballos para “los patrones” se cayó y no pudo trabajar como antes… que a veces el hijo de doce lo ayudaba pero que en el último invierno con las fuertes heladas le empezó a salir pus por la oreja por lo que había quedado delicado y el doctor del pueblo le dijo que no podía tomar mucho frío. Del conocimiento estadístico de las encuestas en sólo unos minutos fuimos transportados a la posibilidad de un saber verdadero, en este caso siniestro. Competían en mí (y en mi compañero de travesía) los años de pre-juicios escolares en boca de “los otros”, con la humanidad real del peón y su situación de vida permitiéndonos una decisión ética entre acceder a un conocimiento estadístico cosificante o un saber verdadero humanizante sólo posible en “presencia”.

Armamos la carpa a metros de la casa del puestero… nos dejó porque el fin de semana el administrador había viajado a Buenos Aires y no iba a haber problema. Luego de la escalada y compartir unos mates a la vuelta con el “puestero” hicimos noche en el lugar, para regresar a la ciudad con los primeros rayos de sol. No pasaron muchos años para que regresara a esos lugares, pero de otra manera… como maestro rural. El puestero y su familia ya no estaban, otro puestero y otra familia lo había reemplazado, y sus hijos iban a la escuela donde trabajaba en la que, con los compañeros de trabajo realizamos una tarea a partir de los hijos de peones de campo para recuperar las huertas familiares y trabajar en forma cooperativa. No nos alcanzó con el saber siniestro, ambos necesitamos ayudar a transformar la realidad.

Todo esto podría haberse evitado si en vez de una travesía emprendíamos una salida “turística”, parando en los lugares designados dentro de los “caminos principales”… no solo las empresas de turismo preparan estas excursiones. En la actualidad también ocurre con los Scouts colaborando a que de una pantalla de mano se pase a las ventanas – pantalla del micro (bus) que los lleva hasta la base del cerro con un guía que ayuda a llegar a la cima prescindiendo de cualquier contacto que pueda poner en cuestión el cómo ver la realidad construida desde discursos y representaciones que no se originan en la propia experiencia… hasta el paisaje visible depende de la ideología de otro… por eso la travesía se realiza por los “caminos secundarios” que son principales para acercarse a un saber sobre la realidad.

Preparar la mochila para realizar una travesía implica despojarse de aquellas cosas inútiles con la que anestesiamos la realidad, pero también llenarla de la esperanza necesaria para el encuentro, que bien entendida no se trata de una simple espera, sino impulso del deseo por llegar a la meta para que del encuentro con el otro, surjan nuevas.


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