Hace muchos
años, en los tiempos de estudiante universitario, me llamó poderosamente la
atención el capítulo 4 del libro “La causa de los niños” de la eminente
psicoanalista francesa Francoise Doltó. El capítulo se titula “el encierro” y si Doltó
viviera posiblemente opinaría que hemos logrado perfeccionar hasta lo
impensable las formas de encierro de los niños, tanto que su vida se reduce a una pantalla.
El
neoliberalismo creador de las condiciones de vida contemporánea ha llevado a
que se construyan ciudades cada vez menos amigables con los niños. Desde los
grandes edificios de las clases acomodadas hasta las casas de planes de
vivienda para los humildes han reducido enormemente el espacio de juego… ya no
hay patios ni galponcitos donde jugar, experimentar, descubrir… la plazita (si
la hay) es demasiado chica para albergar a los pobladores del lugar (que no son
solo niños). Cuando van a la escuela nada parece cambiar demasiado,
el vidrio del colectivo se asemeja a una pantalla por donde se mira el barrio…
el marco de la ventana nos recuerda al televisor donde la vida de los otros no se
percibe muy distinta a un video de internet
Las casas en la antigüedad no eran tan compartimentadas y permitían que grandes y chicos participaran de un mismo espacio literalmente alrededor del fuego… de allí proviene que a la casa de familia se le diga Hogar. En la actualidad cada uno tiene un lugar y no es necesario que se produzca ningún tipo de renuncia porque la tecnología remite a que cada uno puede estar solo con su aparato… por lo que el diálogo se encuentra dañado, imposibilitado. De la misma manera que en un psiquiátrico cada paciente está solo con su mate y su delirio, en la familia contemporánea cada uno está solo con su pantalla… sea de TV, PC, o Celular en un mundo virtual en el que el cuerpo no está en juego… la tecnología ha logrado desalojar una parte importante de la convivencia hogareña.
¿Podemos hacer algo desde el movimiento scout a partir de estos modos de construcción de la realidad?
¿Podemos hacer algo desde el movimiento scout a partir de estos modos de construcción de la realidad?
Hacerse cuerpo
Si en su
definición mínima hace muchos años se decía que la salud era el silencio del
cuerpo, no es difícil pensar que no alcanza con darse cuenta de que se tiene un
cuerpo cuando existe dolor, sino que hay que apropiarse de él para poder
hacer lazo con otros.
Parafraseando
a Robert Pirsig en su libro “ZEN y el arte de la mantención de la motocicleta -
Una indagación sobre los valores”; si la vida contemporánea se les ofrece a
nuestros niños y jóvenes como un viaje en auto donde cada uno tiene su propio
aparato y la ventana cumple la función mediadora de pantalla un poco más grande donde el cuerpo está anestesiado de sensaciones; el
escultismo tiene que ofrecerse como un viaje en motocicleta donde el cuerpo
vuelve a ser el lugar donde ocurren las cosas siendo el límite con la
naturaleza y los otros… cuerpo vivo, que siente el viento, que suda, que se
queda sin aire al pedalear, que hace silencio para escuchar otros ruidos que no
son lo de la enfermedad.
En el
escultismo no transitamos por las autopistas para llegar más rápido; transitamos
lentamente por los senderos, caminos vecinales, aquellos que al mirar el
mapa – y al decir de mi hijo Alexander- se parecen a un intestino porque dan
vueltas y vueltas sugiriendo posibilidades de sorprendernos con lugares donde podemos ver y abrigar
imágenes y sonidos de la naturaleza con todo los sentidos… donde viven
personas en ritmo con la naturaleza, con otros tiempos, hospitalarias,
dispuestas a una buena charla, facilitando que nuestra experiencia sea la de un
goce sencillo, sin necesidad de exceso, redescubriéndonos en el relato con el
otro.
Los scouts tenemos claro que subir la montaña
es una experiencia personal y de encuentro con los otros… no se puede chatear
mientras uno está atento a cada parte de su cuerpo, a los latidos del corazón,
sintiendo el viento que golpea nuestra espalda y nos hace dar cuenta que
estamos empapados, sosteniendo las mano de quien la precisa,
aferrándose a la soga, descansando con poco aire y una fina satisfacción de
estar haciendo lo posible. Pero también sabemos que nuestro escultismo no es completo si no orientamos nuestro norte al encuentro
con el otro en el barrio, con el pobre, el inundado, quien necesita de nosotros
en persona y que nunca podrá ser reemplazado por un imaginario “click” o “me gusta” de Facebook.
No se siente lo mismo cuando el otro se hace carne… nuestro
cuerpo se conmueve en todos los sentidos… podemos sentir el dolor que aúlla, la
palabra triste, la angustia y la desesperación… y tomamos real conciencia del
valor de dar una mano, de ayudar a colocar un ladrillo o acercar un alimento…
el otro se encuentra en nosotros y nosotros nos encontramos en el otro y lo que
se produce es intransmisible…
No es
posible entender el escultismo si no apuntamos a que cada uno de los miembros
del Gran Juego pueda hacerse de un cuerpo propio que se direccione al otro
real, y no al virtual que solo es una imagen mas en la pantalla que nos encierra en nosotros mismos
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