martes, octubre 17, 2017

Sigmund Freud. Sobre la Psicología del Boy Scout



Extraño sentimiento le embarga a uno cuando en años tan avanzados de la vida se ve una vez más en el trance de tener que redactar una «composición» de idioma alemán para los scouts. No obstante, se obedece automáticamente, como aquel viejo soldado licenciado de filas que al oír la orden de «¡firmes!» no puede menos de llevar las manos a la faltriquera, dejando caer al suelo sus bártulos. Es curioso el buen grado con que acepto la tarea, cual si durante el último medio siglo nada importante hubiera cambiado. Sin embargo, he envejecido en este lapso; me encuentro a punto de llegar a sexagenario, y tanto las sensaciones de mi cuerpo como el espejo me muestran inequívocamente cuán considerable es la parte de mi llama vital que ya se ha consumido. Hace unos diez años aún podía tener instantes en que de pronto volvía a sentirme completamente joven. Cuando, ya barbicano y cargado con todo el peso de una existencia burguesa, caminaba por las calles de la ciudad natal podía suceder que me topara inesperadamente con uno u otro caballero anciano pero bien conservado, al que saludaba casi humildemente, reconociendo en él a un antiguo dirigente del grupo. Pero luego me detenía y, ensimismado, lo seguía con la mirada: ¿Realmente es él, o sólo alguien que se le asemeja a punto de confusión?

¡Cuán joven parece aún, y tú ya estás tan viejo! ¿Cuántos años podrá contar? ¿Es posible que estos hombres, que otrora representaron para nosotros a los adultos, sólo fuesen tan poco más viejos que nosotros? El presente quedaba entonces como oscurecido ante mis ojos, y los años de los doce a los dieciocho volvían a surgir de los recovecos de la memoria, con todos sus presentimientos y desvaríos, sus dolorosas trasmutaciones y sus éxitos jubilosos, con los primeros atisbos de culturas desaparecidas -un mundo que, para mí al menos, llegó a ser más tarde un insuperable medio de consuelo ante las luchas de la vida-; por fin, surgían también los primeros contactos con la naturaleza, y nuestros inapreciables servicios. Y yo creo recordar que durante toda esa época abrigué la vaga premonición de una tarea que al principio sólo se anunció calladamente, hasta que por fin la pude vestir, en mi investidura Rover, palabras de que en mi vida querría rendir un aporte a la humanidad.

Llegué, pues, a médico, o más propiamente a psicólogo, y pude crear una nueva disciplina psicológica -el denominado «psicoanálisis»- que hoy embarga la atención y suscita alabanzas y censuras de médicos e investigadores oriundos de los más lejanos países, aunque, desde luego, preocupa mucho menos a los de mi propia patria. Como psicoanalista, debo interesarme más por los procesos afectivos que por los intelectuales; más por la vida psíquica inconsciente que por la consciente. La emoción experimentada al encontrarme con mi antiguo dirigente del grupo scout me conmina a una primera confesión: no sé qué nos embargó más y qué fue más importante para nosotros: si la vida de campamento que nos exponía a superarnos o la preocupación con las personalidades de nuestros dirigentes. En todo caso, con éstos nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida, y en muchos de nosotros el camino del escultismo sólo pudo pasar por las personas de los profesores: muchos quedaron detenidos en este camino y a unos pocos -¿por qué no confesarlo?- se les cerró así para siempre. Los cortejábamos o nos apartábamos de ellos; imaginábamos su probablemente inexistente simpatía o antipatía; estudiábamos sus caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros, tomándolos como modelos. Despertaban nuestras más potentes rebeliones; atisbábamos sus más pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su sapiencia y su justicia. En el fondo, los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para ello; mas no sé si todos nuestros dirigentes lo advirtieron. Pero no es posible negar que teníamos una particularísima animosidad contra ellos, que bien puede haber sido incómoda para los afectados. Desde un principio tendíamos por igual al amor y al odio, a la crítica y a la veneración. El psicoanálisis llama «ambivalente» a esta propensión por las actitudes antagónicas; tampoco se ve en aprietos al tratar de demostrar el origen de semejante ambivalencia afectiva.

En efecto, nos ha enseñado que las actitudes afectivas frente a otras personas, actitudes tan importantes para la conducta ulterior del individuo, quedan establecidas en una época increíblemente temprana. Ya en los primeros seis años de la infancia el pequeño ser humano ha fijado de una vez por todas la forma y el tono afectivo de sus relaciones con los individuos del sexo propio y del opuesto; a partir de ese momento podrá desarrollarlas y orientarlas en distintos sentidos, pero ya no logrará abandonarlas. Las personas a las cuales se ha fijado de tal manera son sus padres y sus hermanos. Todos los hombres que haya de conocer posteriormente serán, para él, personajes sustitutivos de estos primeros objetos afectivos (quizá, junto a los padres, también los dirigentes scouts), y los ordenará en series que parten, todas, de las denominadas imágenes del padre, de la madre, de los hermanos, etc. Estas relaciones ulteriores asumen, pues, una especie de herencia afectiva, tropiezan con simpatías y antipatías en cuya producción escasamente han participado; todas las amistades y vinculaciones amorosas ulteriores son seleccionadas sobre la base de las huellas mnemicas que cada uno de aquellos modelos primitivos haya dejado.


Pero de todas las imágenes de la infancia, por lo general extinguidas ya en la memoria, ninguna tiene para el adolescente y para el hombre mayor importancia que la del padre. El imperio de lo orgánico ha impuesto a esta relación con el padre una ambivalencia afectiva cuya manifestación más impresionante quizá sea el mito griego del rey Edipo. El niño pequeño se ve obligado a amar y admirar a su padre, pues éste le parece el más fuerte, bondadoso y sabio de todos los seres; la propia figura de Dios no es sino una exaltación de esta imago paterna, tal como se da en la más precoz vida psíquica infantil. Pero muy pronto se manifiesta el cariz opuesto de tal relación afectiva. El padre también es identificado como el todopoderoso perturbador de la propia vida instintiva; se convierte en el modelo que no sólo se querría imitar, sino también destruir para ocupar su propia plaza. Las tendencias cariñosas y hostiles contra el padre subsisten juntas, muchas veces durante toda la vida, sin que la una logre superar a la otra. En esta simultaneidad de las antítesis reside la esencia de lo que denominamos «ambivalencia afectiva». En la segunda mitad de la infancia se prepara un cambio de esta relación con el padre, cambio cuya magnitud no es posible exagerar. El niño comienza a salir de su cuarto de juegos para contemplar el mundo real que lo rodea, y debe descubrir entonces cosas que minan la primitiva exaltación del padre y que facilitan el abandono de este primer personaje ideal. Comprueba que el padre ya no es el más poderoso, el más sabio y el más acaudalado de los seres; comienza a dejar de estar conforme con él; aprende a criticarle y a situarle en la escala social, y suele hacerle pagar muy cara la decepción que le produjera. Todas las esperanzas que ofrece la nueva generación -pero también todo lo condenable que presenta- se originan en este apartamiento del padre.

En esta fase evolutiva del joven hombre acaece su encuentro con los dirigentes scouts. Comprenderemos ahora la actitud que adoptamos ante nuestros dirigentes. Estos hombres, que ni siquiera eran todos padres de familia, se convirtieron para nosotros en sustitutos del padre. También es ésta la causa de que, por más jóvenes que fuesen, nos parecieran tan maduros, tan remotamente adultos. Nosotros les transferíamos el respeto y la veneración ante el omnisapiente padre de nuestros años infantiles, de manera que caíamos en tratarlos como a nuestros propios padres. Les ofrecíamos la ambivalencia que adquiriéramos en la vida familiar, y con ayuda de esta actitud luchábamos con ellos como habíamos luchado con nuestros padres carnales. Nuestra conducta frente a nuestros dirgientes no podría ser comprendida, ni tampoco justificada, sin considerar los años de la infancia y el hogar paterno. Pero como boy scouts también tuvimos otras experiencias no menos importantes con los sucesores de nuestros hermanos, es decir, con nuestros compañeros. Estas empero han de quedar para otra ocasión, pues el jubileo del escultismo orienta hacia los dirigentes la totalidad de nuestros pensamientos.  


(Texto Psicología del Colegial de S. Freud. En esta versión reemplaze las referencia a los Maestros por la de dirigentes, la escuela por el grupo, algunas actividades escolares por actividad scout)

lunes, octubre 02, 2017

Del "aprender haciendo" al "aprender hablando"

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Imagen: de la web. Grupo Scout Andresito Guacurari

Behind-the-scenes

            Llevo muchos años trabajando en instituciones (no me refiero a las Scouts solamente) y siempre se repite la misma escena. Se le presta mayor atención a quienes menos necesitan de ella, y muchas veces se los promueve y expone socialmente como forma de mostrar los logros de la Organización (lo que es dudoso). Esto no es gratis para los “no promovidos” que viven en carne propia la diferencia de la preferencia.

            Y ahí vemos al “Scout Estrella” preso en una escena que inicialmente no elige, pero lo entusiasma por el reconocimiento que implica…¿qué encontramos detrás de la escena? Las sutilezas de los mecanismos reproductores del poder que en el “realismo scout” del cual nos hablaba Forestier en "Escultismo ruta de Libertad", encuentran alguna limitación  en tanto lo que importa es lo que se hace, mientras que en el escultismo parlamentario se potencia en tanto lo que importa es lo que se dice

            Detrás de la escena en la que aparece el “Scout Estrella” como representante o candidato a algo, nos encontramos años de trabajo donde el concepto de liderazgo ha sido reducido a los Guías de Patrulla sostenidos por los dirigentes, especialmente a aquellos que les provocan menos problemas para el trabajo por estar más “adaptados” socialmente gracias al acceso a la educación y la cultura. Aquellos para los que sí existen cursos, no como para los distintos cargos de Patrulla.

            Detrás de la escena del “Scout Estrella” encontramos años de aval de violencia Simbólica (aquella que se ejerce de manera indirecta por quien ocupa un lugar de dominación, siendo uno de sus instrumentos principales el uso del lenguaje) que los dirigentes han permitido a quienes “mejor hablan”, haciéndolos sentir a ellos –los dirigentes y los oradores - mejores líderes en tanto repiten un discurso donde no importa que se haga carne. Los primero son los responsables de las grandes conversaciones sobre los cerros de Úbeda, los valores, y el cambio, con escasa participación de los que “menos hablan” en tanto no cuentan con las mismas herramientas del lenguaje (por diferencia educativa, cultural, por ser concretos en su trabajo), alentando la reproducción del esquema social de poder y de clases, algo que cuando se trabaja sobre lo que se hace ocurre con menor frecuencia.

            Detrás de la escena del “Scout Estrella” el programa oculto de la organización enseña a niños y jóvenes que es mejor ser “representados” por alguien que “hable bien” aunque “no haga”, a ser representados por alguien que “haga, pero no hable bien”, esto se amplía especialmente en los sistemas de Foros que a diferencia de los Congresos y/o exposiciones de emprendimientos comunitarios, no tratan de acciones concretas sino de palabras. Es en el aprender – haciendo, en el hacer concreto, donde la potencia del Ideal se convierte en acto.

            Detrás de la escena del “Scout Estrella” se encuentra un escultismo vaciado de contenidos, de técnica, de experticia, de acción concreta en la transformación de la realidad social y comunitaria.

Representar por lo que se hace, o representar por lo que se dice

            Toda una tradición nos habla del escultismo como “escuela de liderazgo” pero ¿qué tipo de liderazgo ha prevalecido? ¿el basado en el acto o en la potencia? ¿El que produce cambios en la realidad o el produce eventos y medios de comunicación orientados a la “fraternidad”? ¿el de líderes burgueses de la clase “acomodada” o el de líderes en sus comunidades barriales, trabajos, iglesias, sindicatos, partidos políticos?

            Si nos fijamos en la época del esplendor de los gremios artesanales (Emile Durheim[1]) la representatividad articulaba el hacer y la palabra (no del todo imposible). En la modernidad y con el nacimiento del capitalismo se destruye el sistema artesanal, encontrando el germen de la dicotomía entre palabra y acto.

            En el acto encontramos la base de los futuros gremios de trabajadores –proletarios- generándose una hermandad entre personas por lo que hacen (aunque no piensen lo mismo). A partir del hablar surgirán los partidos políticos generando hermandad entre las personas por lo que piensan y no por lo que hacen, de allí que el Escultismo Parlamentarista siempre ha sido burgués y hoy es  parte de la política neoliberal en tanto  en su teoría y práctica se produce el choque ideológico que pretende hegemonía, quizás por eso a lo largo de la historia (al menos en argentina) los grupos de niños pobres que se iban empoderando pertenecían generalmente a la USCA y no la INSA, como en la actualidad sucede con una parte importante del escultismo independiente que funciona en zonas humildes. Un Escultismo Realista al basarse en las acciones concretas, distintas en cada comunidad permite construir lo que se denomina “equivalenciales”[2] atravesando (sin negarlas) cuestiones ideológicas generales y de clase. Importa lo que hagan, pero también lo que digan… Importa qué impacto concreto genere la articulación entre hacer y el decir.

            Como he señalado hace mucho tiempo Baden Powell crece y respira en el ambiente familiar la hermandad prerrafaelita y el  art & craft que pretendía –entre otras cosas- volver a unir el hacer y palabra, lo que podemos ver reflejado en la definición de “artes scouts” y  la construcción de la base del método conocido con el nombre de “Sistema de Patrullas”, influencias a veces poco estimadas por los lectores de escultismo que prefieren el relato de Brownsea o la aventuras militares de BP, a las bases de su pensamiento político – educativo. En el Sistema de Patrulla se trata de liderazgo compartido donde vale tanto un buen Guía como un buen Cocinero. Las relaciones son cara a cara y las decisiones son tomadas por la patrulla. La representatividad es “corta” en tanto el Guía representa la opinión de su Patrulla (un grupo de hasta 8 personas) en el Concejo de Guías… y no más. Lo mismo sucederá en todo el esquema grupal porque finalmente como siempre se ha dicho, el Consejo de grupo funciona como un Concejo de Patrulla. A medida que crece la representatividad – se hace mas “larga” o son más los representados- también lo hace la no – representatividad, en tanto existe menor posibilidad de consenso. Tomemos el ejemplo de un Distrito bajo la lógica de un representante de los jóvenes… ¿alguien puede afirmar realmente que represente la opinión de todos los jóvenes? ¿o representará la opinión de unos y de otros no? Si la elección se basa en el hablar ¿a qué jóvenes representará y a cuáles no?. De allí deviene que las lógicas institucionales para que puedan funcionar con la menor segregación posible, deben ser lo más cortas posibles.

            Una Gran Institución tiene como consecuencia una gran segregación en un mecanismo que repite esquemas de poder y que proyecta hacia el vértice del mismo a los que “mejor hablan” especialmente cuando se parlamenteriza el sistema. Las instituciones más “cortas” con grupos y distritos federados son más potentes para alojar la diferencia y hacer obstáculo a los mecanismos de reproducción de poder de las distintas hegemonías. Pueden producir consignas y encuentros más ligados al hacer y las realidades regionales, culturales y sociales, con menor posibilidad de segregación y mayor posibilidad de ayuda mutua.

            Recuerdo que cuando estaba en SdeA, posterior a mi paso por el ENP (Equipo Nacional de Programa) en el ENDI (Equipo Nacional de Desarrollo Institucional) propusimos y diseñamos junto a Alejandro Fosatti (quien era el Director) un encuentro donde los Rovers mostraran los proyectos que habían realizado, una gran feria que a su vez pasaría a conformar el armado de una biblioteca de proyectos para que otros Rovers pudiesen consultar. Habíamos diseñado en función de nuestras propias experiencias de trabajo con comunidades (no solo eran los títulos de psicólogo y sociólogo) los indicadores que medirían el impacto de las experiencias en distintas áreas. Este Proyecto fue desechado porque atentaba contra los Foros (que se trata de hablar y de elevar consideraciones a la Asamblea Nacional), luego algo de ello fue realizado en otra gestión pero con variaciones significativas… restando potencia. También  su momento había propuesto que el Foro terminase con un lema anual amplio al cual cada grupo, distrito y zona se abocaría a trabajar durante el siguiente año realizando al menos alguna actividad o proyecto dentro del “paraguas” del lema (lo que permitía reinventarlo en función de cada realidad) y luego, en la jornada previa al foro, se realizaría una feria donde cada participante mostraría en concreto en qué había trabajado durante el año sobre lo decidido en el Foro anterior… una clara articulación con el escultismo franco – belga (realista) donde si Ves la realidad, la Juzgas… tenes que actuar porque si no es puro “chamuyo” ( Definición: dícese en argentina de quien profiere palabras bonitas que el otro quiere escuchar ) . Demás está decir que esto no fue compatible con los Foros que estaban para cosas más importantes. No es casualidad el viraje de un escultismo juvenil que transforma el espacio de las comunidades, hacia un escultismo juvenil que mira su propio ombligo institucional, que se ocupa de los intríngulis de la Organización de soporte ¡para que el escultismo no sea ombliguista!

            Dos formas de entender el escultismo y la ciudadanía, dos proyectos institucionales… presentes en todas las instituciones scouts… por eso es bueno preguntarse no solo para qué educamos, sino para quienes…




[1] Emile Durkheim. “La división del trabajo social”
[2] Ernesto Laclau “La razón populista”

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